Una vez más, y ya no sé cuántas van, me veo en la obligación de escribir estas líneas. Porque existe un fenómeno mundial que ocurre siempre en el fútbol… bueno, y en todos los deportes que tengan a un guardián en su portería. Hablo de ese continuo ‘run run’ cada vez que ese que, para empezar, tiene la valentía de enfundarse los guantes, comete un “error garrafal”, decide “untarse las manos de mantequilla” o la típica que se escucha de “podría haber hecho algo más”.
Porque, qué raro, esos comentarios, tímidos o no tímidos silbidos y abucheos provienen, precisamente, de esos que nunca supieron lo que se vive bajo los tres palos. Y nótese que el “qué raro” está escrito con toda la ironía del mundo.

El pasado sábado, Dani Sotres protagonizó una acción en la que, mala suerte, el balón no acaba en sus manos, y ello supone el tanto inicial del Extremadura. Hemos podido leer una gran reflexión publicada por la página oficial de la Cultural y Deportiva Leonesa titulada ‘El error’ en la que hace alusión al gran comportamiento del sector de la grada que aplaudió la acción buscando trasmitir al portero cántabro su tranquilidad. Si aún no la has leído, te invito a hacerlo.
Pero me veo en la obligación de salir también en su defensa ante ‘los de siempre’. Esos que, a la más mínima acción que se aleje de una buena parada, sacan la lupa –o me atrevería a decir el microscopio- y comienzan ese akelarre sin fin. Para ustedes, van dedicadas estas líneas.
Del cielo, al infierno
Sí, para empezar, el mundo de la portería es una constante montaña rusa de emociones. Porque con una acción, el meta puede pasar de ganarse el cielo, a descender a los infiernos. Porque puedes parar tres penaltis seguidos para mantener el empate en el marcador, dará lo mismo si la acción del gol rival ha sido por un error del que luce guantes en vez de manos.
El mundo de los tres palos es, sobre todo, soledad. Mientras tus compañeros celebran un gol formando una piña, tú agitas los puños y sueltas un clamoroso “¡vamos!”, pues no puedes abandonar tu lugar de trabajo. Mientras el resto del equipo viste un blanco como esa nieve que en el frío invierno cubre León, tú lo haces con una indumentaria verde, negra o roja. Incluso en ese término “jugador de campo”, ya se te excluye, como si el portero jugara en la acera.

No hay que negarlo, todos en la infancia hemos intentado correr todo lo rápido posible para tocar el larguero de la portería y así evitar ponerse bajo los tres palos. Porque en el momento que se inventó el fútbol, alguien decidió que una persona de las once que juegan debía sacrificarse por el equipo.
Y digo “sacrificar” porque es así. Porque ser portero es una bendición, y a la vez una maldición. Porque si un portero aparece en la portada de un periódico es o bien porque deslumbró, o bien porque oscureció. Y cabe resaltar lo mal que nos portamos los periodistas con esta posición. Porque de la misma forma que hace unos días expresábamos que “si el árbitro hubiera sido futbolista habría pitado fuera de juego” en aquel gol de Mbappé, también se podría decir “si ese periodista hubiera sido portero no escribiría esas cosas”.

Y precisamente resalto esta reflexión con la esperanza, compañeros de profesión, que antes de poner la tinta en el papel tengáis cerca a alguien que alguna vez sufrió lo que era recoger el balón del fondo de su portería.
Dani Sotres, Edu Frías, Andoni Zubiaurre, Samu Diarrá, Lucas Giffard, Leandro Montagud, Jorge Palatsí… todos los metas, en estos últimos años, han sido protagonistas negativos en algún momento. Unos lo llaman “la maldición de la portería de la Cultural”. Chorradas. Dice un dicho que “es una silla, hasta que empieza a correr”. Esa maldición no existe, hasta que se empieza a difundir.

Finalizo estas líneas con una reflexión personal. Ser portero no es fácil, como he dicho, pero se disfruta. De mano del aficionado y del informante está que ese que defiende el Reino de León cada dos domingos lo haga con todo el apoyo. Porque podrá fallar, por supuesto, errar es humano. Y lo hará una y otra vez, y una y otra vez. Pero, un domingo más, ese jugador volverá a enfundarse los guantes y volverá a dejarse la piel por su escudo.
Porque ese es el mundo de la portería. Saltar al ruedo e intentar no caerte del caballo. Porque el portero lo hará todo lo bien que pueda, pero a veces las circunstancias hacen que este jinete se vaya al suelo. Y, después de un duro partido, de que tenga raspones en brazos y piernas, el cuerpo molido, y algún que otro dedo necesitado de hielo, ese jugador se levantará, mirará a su portería, y sonreirá. Porque lo eligió así. Eligió volar. Eligió jugar sólo. Eligió celebrar sólo. Eligió ser portero.
Imágenes: Irene Rodríguez