Resulta sencillo interpretar los inicios de la competición en cualquiera categoría. Las cosas impredecibles comienzan aquí, hallan acomodo donde es difícil, se expanden donde nadie se lo imagina. Y eso ha sucedido, hasta la fecha, en la Cultural. Un equipo potente, con perspectivas, donde se acumula la impaciencia, pero equipo, al fin. Algo que muchos esperaban tras el despropósito de la anterior temporada.
Y es que hablar del grupo II, por la esencia de fútbol vasco que siempre se le asocia, es hablar de cosas que hacen al aficionado iniciar un proceso digestivo donde todo ha tenido mayor voracidad en el momento de masticarlo. Porque el plato se presenta con un fútbol que se asume escaso y una escasez que queda desvirtuada por el talento.
Y entrando en postres, el resultado. Puedes ganar, puedes perder, pero nunca puedes perder unas señas de identidad que, de momento, son inexistentes. Al equipo se le imaginaba otro, con la mano de Aira, alguien al que a veces se le acusa de rácano y otras de alegre –las menos, aún en León-. Por eso, y llegando al final, abriendo la vida a la prensa vemos a los culturalistas desperdiciando cuatro puntos en dos jornadas, regalando invitaciones de boda al Amorebieta y al Real Unión, pensando en sobrevivir cuando deberían ir haciéndose paso con el látigo de su esencia de favorito, de su perfume ganador. Deberían, insisto, pero tras ver los dos partidos nos queda la imagen del despilfarrador que no ahorra, del pobre en el entierro que esconde sus lágrimas por si tiene que volver.
Esta Cultural merece ofrecer más. Por supuesto a la grada, pero primero a ellos mismos. No puede caer en el error de un principante que señala su camino con migas de pan rancias que se pudren en su regreso. Son solo dos choques de 38, quedan 36 estaciones de paso y mucho pasajero a los que convencer para que se suban al tren. De momento, el equipo ha sobrevivido al desastre de los despachos con la mesura de alguien que ordena, a nivel deportivo, con criterio. Aira debe apretar las bridas y olvidarse de las «felipadas» habituales. Mantener alejado de los focos y las decisiones a Llamazares es clave para vivir en el campo y sobrevivir en la grada. El resto va haciéndose forma.