Guijuelo, 12 de enero de 2014. La Cultural había regresado esa temporada a Segunda B. Tras competir dos años en Tercera División por el descenso administrativo, la Segunda B nos parecía una gozada. En el grupo de la Cultu estaban equipos como el Racing de Santander, Oviedo, Logroñés, el Compos… visitas a campos históricos de clubes castigados a navegar por el pozo de la categoría de bronce por sus malas gestiones. Lo mismo le sucedía a la Cultu pero ese año, tras el castigo de la Tercera, la categoría parecía de oro.
La plantilla era justita de calidad, sin mucho fondo de armario y previsible en su juego. Típico equipo recién ascendido cuyo objetivo es la permanencia y su rendimiento una incógnita. Sólo un detalle diferenciaba a la Cultu del resto de equipos humildes del grupo, su escudo. Tras casi cuatro décadas, establecida en las categorías secundarias del fútbol español, la Cultural infundía respeto allí donde iba. Pero la realidad era otra, Luis Cembranos – junto con un grupo de empresarios leoneses – había salido al rescate económico del club para poder inscribir a la Cultural en Segunda B. Jamás un entrenador había fiado dinero a sus ‘jefes’ para poder salir al campo a jugar. Como no iba a molar la categoría, si apunto estuvo la Cultural de ni siquiera inscribirse.
Esa tarde en Guijuelo, con un frío que pelaba, la Cultural rascó un punto frente al equipo salmantino que esa temporada entrenaba un tal, ¡oh sí! Rubén de la Barrera, y que se clasificó para el playoff de ascenso. Lo cierto es que a pesar de todas las dificultades que atravesaba el club era difícil asumir que la Cultural era el débil y el Guijuelo el gallo. El partido transcurrió con la Cultural sin salir de su propia área, aguantando las continuas embestidas del equipo chacinero que, por fortuna para nosotros, esa tarde no tuvo gol. Es lo que tocaba ese año, rascar de aquí y de allí, el equipo no enamoraba, pero se dejaba la piel en cada partido.
Con el pitido final, cerca de nuestra posición de comentaristas en la grada del Campo Municipal de Guijuelo, dos aficionados ataviados con la bufanda de la Cultu y supongo que desencantados con el juego y el resultado, comenzaron a silbar a sus jugadores y entrenador cuando abandonaban el terreno del juego. Entre los silbidos se distinguió una voz contundente: “¡Ey!, ¿qué hacéis? en León no silbamos a los nuestros”, otro aficionado recriminó esos silbidos y se hizo el silencio. Reconozco que aquello me hizo pensar, tanto que aún me acuerdo de todos los detalles y lo reflejo en este artículo.
A día de hoy son muchas las similitudes con aquel momento. La categoría me parece una gozada, el equipo regresa tras más de 40 años, se deja la piel en cada partido, salvo en dos encuentros ha competido de tú a tú a todos los rivales y su objetivo es la permanencia, pero a menudo muestra un juego más propio de equipo grande. La otra y triste similitud es que se vuelven a escuchar silbidos. ¿Cómo se sentiría usted si le silban en su casa? su familia, sus amigos…
Reconozco que el aficionado es soberano y que quien paga un abono o una entrada tiene derecho a expresarse, pero, ¿ayudan los silbidos a ganar el partido o a incentivar al jugador que defiende su escudo?
El domingo, el equipo de su ciudad, el equipo que le volvió a emocionar, que llenó el Reino cuando pocos meses atrás estaba vacío, el equipo que ha vuelto a poner a León en el mapa futbolístico, el equipo que hace tan poco nos ha dado tanto, necesita nuestra ayuda.
Por eso, querido aficionado, desde este artículo, le invito a acudir al campo, a escuchar el partido por la radio, a verlo por televisión… pero anime a los nuestros, únase a su esfuerzo para disputar el partido y siéntase parte del triunfo, del empate o de la derrota. En León no silbamos a los nuestros.