Luis Quijada era un tipo especial. Hay personas que calan desde el primer día y encajan como una pieza de puzle en según que ámbitos, este es el caso…
Conozco a Quijada desde niño, su amistad con mi padre y la ‘cuadrilla del Puente’ cruzó nuestros caminos desde el principio y mis primeros recuerdos con él son cuándo flipaba viéndole parar y volar de palo a palo. Estéticamente era un portero raro, pero bueno, muy bueno y con una genética poco común. Sin llegar a medir 1,80 m. era un águila en el juego aéreo, capaz de llevarse por delante a cualquiera en los centros laterales y con un buen manejo del balón con los pies, algo que en esa época no predominaba.
No tuvo suerte con el fútbol. A pesar de debutar con la Cultural con 18 años y lograr el ascenso a Segunda B, nadie le dio la oportunidad para dar el salto al fútbol profesional. Luego llegó el fútbol sala, dónde aburría a los equipos rivales con sus inverosímiles paradas, llegando a ser Campeón de España con el mítico Maci-3.
Con el paso de los años y ya retirado se fue incorporando al club de fútbol de Puente Castro dónde alternaba sus funciones de delegado con cualquier puesto en el que pudiera ayudar o aconsejar a través de su forma de ver la vida con ese humor y buenas palabras y, por supuesto, con los mejores chistes (los que tengo en cartera me los ha contado él). Su fidelidad a los colores arlequinados de sus amores era incuestionable, si alguien tenía que defender al club ahí estaba Quijada.
Nuestras tertulias interminables, el mítico Talbot Samba, la canción ‘Ríos de Babilonia’ de Boney M, las partidas de mus, “a ver cuándo me llevas a comentar un partido”, y tantos y tantos momentos hoy les guardo para mí, pero con el paso de los días prometo compartirlos con orgullo.
Su muerte deja un vacío irreparable en el mundo del fútbol, pero aún más en su familia y grupo de amigos de una barriada que ya le echa de menos rota de dolor. A Quijada le quería todo el mundo y yo no iba a ser menos. Descansa en paz amigo.