En un fútbol en el que cada vez priman más los goles y las jugadas ‘maradonianas’, una posición avanza cada vez más rápido a su discriminación e infravaloración
Ocurre un hecho bastante común en el mundo del fútbol. Si las cosas van bien, todo son risas, alegría y vítores. Pero, si las cosas van mal, prepárense para el aquelarre. La Cultural y Deportiva Leonesa dijo “adiós” ayer al sueño del ascenso. En ese momento, en el que Mackay detuvo el último penalti a Sergio Benito, la grada de dividió en tres.
Unos, lamentablemente los menos numerosos, contuvieron sus emociones en favor de animar a los suyos. De dar tranquilidad a los que lo habían dado todo en el campo. Otros, igual de numerosos, prefirieron mantener sus pensamientos ajenos a la causa. Y, por último, un gran sector de la grada comenzó el oficio más antiguo de este deporte: buscar culpables.
Porque si se ha perdido un partido es porque alguien lo ha hecho mal. Y, yendo directamente al grano de esta reflexión, en el momento de buscar culpables no hay nada más fácil que señalar al que tiene el oficio más difícil del fútbol. Sí, hablo del portero. Y sí, me refiero a Leandro Montagud.

Casi acto seguido al pitido final del colegiado, los mensajes y críticas salieron a la luz. “Para ascender necesitamos un portero que de puntos” comentaba un viejo conocido del mundo de la comunicación deportiva leonesa. “Se necesita que la portería aporte más” comentaba otro. Y yo me pregunto, ¿Por qué?
Por qué se tiende siempre, y afirmo siempre, a criticar al que menos culpa tiene. Y aquí reina la incoherencia. Todo el mundo que critica a un portero nunca se ha puesto bajo los tres palos. Por mucho título de entrenador que tenga y por mucha experiencia de la que disponga. La opinión es libre, por supuesto, pero molesta un poco que esa opinión carezca de criterio.
“La barrera en el primer gol no está bien colocada, hasta un niño pequeño lo ve”. Bien, señores “profesionales”. Si ustedes tienen la imagen de esa falta, y si no aquí se la dejo, dos jugadores cubren el tiro. Leandro deja un espacio, obviamente para ver (pues la falta es tan escorada que impide la visión), al igual que en la falta del minuto 120. El otro, en este caso Kawaya, solo debería intervenir en caso de centro y no de golpeo a portería.

¿Qué ocurre? El tiro en sí es fácil, pero Aitor, con mucha mala suerte, desvía lo justo para que Leandro no pueda hacerse con el cuero. Y no, señores. Un simple toque en esas condiciones y a esa distancia resulta mortal para un guardameta, aunque ustedes no lo vean así.
¿Hablamos del segundo gol? Hay quien dice que “sale a por uvas”, frase muy corriente en estos días. Que yo sepa, Leandro logra despejar todo lo bien que puede hacerlo teniendo a tres hombres interponiéndose entre el balón y su cuerpo. Mala suerte que el cuero cayera ante un hombre solo. Y mala suerte que Óscar Rubio estuviera libre de marca en esa posición. Y digo mala suerte porque parece ser que solo si el portero comete un error es un culpable.
Da igual que Leandro sacara un cuero de la escuadra en el último segundo del partido. Da igual que Leandro detuviera un magnifico penalti en el quinto lanzamiento catalán. Todo ello parece dar igual si, al final, el partido no acaba como quieres. Y, la verdad, al igual que el fútbol ayer, eso no es justo.
¿Quién es ese hombre vestido de negro debajo de tres palos?
La última defensa, el guardián de las redes, la figura errática, incansable y profunda que vigila todo el terreno de juego, la silueta que puede cambiar el futuro con un simple cambio de vertical a horizontal: el portero.
“No todos los héroes usan capa, algunos solo necesitan un par de guantes”. Desde el principio, a un niño se le inculca, en su mente, la imagen de un delantero metiendo un gol: la imagen de Iniesta marcando en la final del Mundial o la de Messi regateando a toda la plantilla del Getafe, entre mil ejemplos más.

No obstante, de entre cien jóvenes visualizando la celebración de ese gol, uno sólo se fija en ese hombre que está sentado, con los brazos abrazando sus piernas, en el verde del césped. En esa figura que, acto seguido, da un manotazo al suelo y se levanta aun observando el balón en el fondo de las redes; de sus redes.
Porque de entre mil chavales que sueñan marcar el gol que haga ganar un título a su equipo, uno solo piensa en detener ese balón. En hacer que un estadio entero se lleve las manos a la cabeza en el momento que las levantaron para celebrar el tanto. Porque llegar a los 90 minutos finales con un 0 en lo alto del electrónico significó que el trabajo se hizo bien.
No hay necesidad de más. La persona con la fortaleza mental más dura de todo el equipo. Es en ese momento, en el que el joven se enfunda dos guantes y se coloca debajo de tres palos, cuando decide que su vida se ligará a la soledad.

Porque en un deporte de equipo como lo es el fútbol, el guardián de la portería ya viste unos colores totalmente diferentes al de los que llama compañeros. Porque en un juego en el que el objetivo es introducir un balón en el fondo de una portería con el pie, él puede usar las manos.
Aunque cada vez más restringido con las nuevas normas que hacen que el guardameta tenga que usar sus extremidades inferiores con más frecuencia; como si de un jugador de campo se tratase (jugador de campo dicen algunos, como si el portero jugara en la acera).

Y es esa característica, la de la fortaleza psíquica, la que diferencia a ese jugador de la otra decena de ellos. Porque un delantero puede fallar un gol cantado, ya lo arreglará en la siguiente. Porque un medio puede fallar un control, errar es humano. Pero como el portero falle, que se prepare para el aquelarre.
Que se prepare para ser el blanco de increpaciones y comentarios nada agradables, irónicamente susurrados por aquellos que de pequeños dijeron la típica excusa de “ponte tú, que tengo la mano mal” para no tener que pasar el encuentro bajo tres solitarios palos.
Porque sí, eso es el señor guardavallas, el hombre invisible. El hombre que en la formación 4-3-3 (por ejemplo) no aparece. El hombre que tiende a hacer algún ritual solo mientras el resto del equipo celebra un gol. El que se tiene que levantar y recoger el cuero de dentro de su portería, una tortura para él, cuando no pudo hacer más.

Ese señor que si un día empieza el partido desde el banquillo, lo acabará en el mismo habitáculo frío y sombrío. Porque un día alguien dijo que uno del equipo, en este bello deporte que es el fútbol, debía defender la zona de gol. Y porque ese mismo día, una persona levantó la mano antes de que se terminasen de pronunciar esas palabras.
Porque el mundo de la portería puede ser un infierno o un paraíso, solo hace falta saber disfrutarlo. Porque unos días será tu casa, y otros tu cárcel. Pero que al final del tiempo estipulado, y después de sentir el cuerpo magullado, los codos sangrando y algún que otro dedo algo necesitado de hielo, ese héroe solitario mirará detrás suyo, a su portería, y desprenderá una sonrisa con un pensamiento: “elegí volar, elegí llorar solo, elegí celebrar solo, elegí ser el héroe, elegí ser portero”.